La educación es un tema que hoy en día interesa a los padres mucho más que antes. Es fundamental porque el primer lugar dónde los niños aprenden es en casa, y esto genera la pregunta:
¿lo estamos haciendo bien?
Diversos autores y estudios ratifican la importancia de la relación: cerebro y educación. Conocer y entender el cerebro puede guiarnos para brindar una educación adecuada, teniendo en cuenta que el cerebro es capaz de ser modificado para bien a cualquier edad a través del aprendizaje (Mora, 2013).
Hace unas semanas leí el libro “Disciplina sin lágrimas” de Daniel Siegel y Tina Payne, en uno de los capítulos explican de manera muy práctica y fácil de comprender, por qué resulta relevante entender el cerebro de un niño para una educación adecuada.
Así, según los autores es importante tener en cuenta que:
- el cerebro es cambiante. Está en pleno desarrollo. Por lo que ante una situación, el entendimiento no es el mismo para un niño de 4 años que para uno de 12;
- el cerebro es cambiable y puede ser moldeado de forma intencional por la experiencia; esto es gracias a su plasticidad a lo largo del ciclo vital;
- y el cerebro es complejo, polifacético.
Por otro lado, se habla de “dos cerebros” para referirse a los hemisferios derecho e izquierdo relacionados con las conductas más emocionales y racionales respectivamente, en ese sentido hay:
- un cerebro inferior (o derecho), que es instintivo y emocional, fuente de la reactividad;
- y un cerebro superior (o izquierdo), responsable del pensamiento más complejo y sofisticado (regulación emocional, planificación, empatía, moralidad, etc), que no está formado del todo aún hasta los 25 años.
Así que sabiendo esto,
¿Qué podemos hacer ante la rabieta de un niño?
¿cuál es la mejor manera de reaccionar?
Según los autores, es recomendable usar la estrategia de implicar al cerebro superior (calmando y promoviendo el pensar) en vez de enfurecer al inferior (perdiendo los papeles e intensificando las emociones). Porque permite que el niño pase de una actitud reactiva a una actitud receptiva, así estarán dispuestos a escucharnos y nosotros a ellos. Amenazar al niño (activar el cerebro inferior) casi nunca conduce a una solución productiva para ninguno.
Por ejemplo, un niño de 4 años que no quiere bañarse y empieza a llorar. Si le amenazamos con que estará castigado, estamos activando su cerebro inferior y provocando una actitud más reactiva. En lugar de ello como se ha explicado, hay que optar por implicar al cerebro superior, tomando en cuenta la edad. Así una explicación de por qué hay que bañarse, puede que no la entienda; pero podemos optar por calmarlo y decirle que haremos luego su plato preferido o iremos a la heladería a por ese helado que tanto le gusta. También podemos tratar de convertir el baño en un juego, de forma que lo asocie a algo positivo. Con todo ello, estaríamos implicando al cerebro superior y estimulándolo.
“Una disciplina sin lágrimas no significa hacer la vista gorda cuando se portan mal”, y en eso concuerdo con los autores, significa que al entender que el cerebro de nuestro hijo está en desarrollo, hay que escucharlos con más comprensión.
Entonces, ¿Se deben fijar límites a los niños?
Sí, es bueno fijar límites a los niños. El hecho de no tener un cerebro superior que establezca restricciones internas, significa que necesita restricciones externas. Así los padres deben fijar límites claros, ayudándolos a comprender lo que es aceptable. Esto ayuda a desarrollar las partes del cerebro superior que les permite controlar y regular sus conductas y su cuerpo.
Por otro lado, es importante ayudar a que los niños comprendan las reglas y los límites. Porque así ayudamos a construir conciencia y no simplemente a que sean meros robots que acaten una orden. En esta línea, también es fundamental poder dar la oportunidad de decidir cómo actuar, más que decirle sin más lo que ha de hacer, con ello se vuelve más responsable a la hora de tomar decisiones.
Entonces, ¿Cuál es el objetivo primordial en la disciplina?
¿que aprendan a tomar decisiones productivas y positivas por sí mismos o que hagan lo que nosotros queramos porque estamos vigilándolos?
¿queremos crear conciencia o que acaten nuestras normas sin más?
Es una puerta abierta para reflexionar sobre cómo estamos educando a nuestros hijos.
¿Qué opinas tú?
Referencias:
Mora, F. (2013). Neuroeducación. Madrid: Alianza Editorial.
Siegel, D. y Payne, T. (2015). La Disciplina sin Lágrimas. Barcelona: S. A. Ediciones B.